El castillo de Lindabridis es un viaje fantástico con castillos y corceles voladores, con tempestades marinas y de fuego, con montañas que se abren y descubren cuevas secretas, con múltiples escenarios exóticos y remotos. La fantasía de Calderón es en Lindabridis, un juego de espacios y asociaciones.
Lindabridis es un cuento, una fábula con espacios y personajes mágicos, una pieza dramática barroca, un divertimento escenográfico y espectacular. A medias novela de caballerías, a medias pequeña Odisea sin regreso a la patria, porque la patria es un cuerpo: el de la dama. Un cuerpo etéreo, imposible, volátil, cerrado. El castillo de Lindabridis es un viaje tal y como son siempre viajes las novelas de caballerías y las odiseas: un viaje del azar y del amor. Pero también, un viaje político de alianzas, un baile de personajes y castas.
Encontrar la forma de ese cuento, sus texturas y su “imagen”, jugar con la ilustración como técnica y “atender” a esa idea de viaje y a los requerimientos técnicos: la estructura debe ser autoportante y debe adaptarse a medidas de escenarios o espacios teatrales muy diversos.
La idea que empezó a gestarse fue la de hacer un “pop up”, un escenario con dos caras:
– Una cuando el suelo está abatido (o cerrado si fuera un libro)
– Otra cara cuando se levantan los elementos que están encajados en ese tablero como si fuera un puzzle.
Ese libro desplegable es una pequeña caja de sorpresas, un mecanismo… como el lenguaje barroco de Calderon es un mecanismo lleno de cajones y desplegables, un juego de muñecas rusas que encierran significados y asociaciones ocultos, que han de “abrirse”, que se despliegan.