“El paraíso -es decir, la naturaleza humana- […] la vida en todas sus formas, nunca se ha perdido: siempre está en su sitio y perma- nece como modelo intacto del bien, aun en el continuo abuso que el hombre hace de él, sin lograr en ningún caso, corromper- lo. El paraíso celeste, que no se distingue del terrenal, en donde el hombre no ha penetrado todavía, coincide con el retorno a la natura- leza originaria que, intacta e incó- lume, espera desde el inicio de los tiempos a toda la humanidad”.
Giorgo Agamben
La Edad de oro es un proyecto que comenzó en pleno confinamiento. Un muro -la casa- encerraba un discreto jardín en un piso del barrio barcelonés de El Raval. A partir de ahí, se piensa el paraíso en la confluencia entre el jardín, el huerto y la utopía y se escribe, como dice Anna Maria Ortese, para “buscar aquello que falta”. En ese ejercicio de búsqueda, las imágenes aparecen como anclas, guías, como hitos que se enlazan en una polifonía de voces diversas.
Para su instalación en la Fábrica de Artillería, las cuatro películas que componen La Edad de oro confluyen en un mismo centro -como los cuatro ríos del paraíso- un paraíso que no es más que la conciencia dolorosa de nuestra separación de la naturaleza.
Los elementos principales de la primera de las películas son el jardín en relación al paraíso y el trabajo como experiencia primera de nuestra expulsión del jardín. La propiedad privada, el robo del espacio común y una distante relación con la naturaleza, de la cual nos sentimos ajenos.
La segunda de las películas investiga las relaciones ocultas en la letra. La palabra “paraíso” encierra varios niveles de significado en la tradición cabalística. Se propone aquí un espectador-lector que transite entre el jardín y el texto. La página -el plano- aparece como hilera de vides. Mientras, se construye la figura de la recolectora en contraposición al relato épico del héroe. En la lectura se recolecta.
La tercera es un collage audiovisual que une fragmentos de películas que trabajan alrededor de la idea de paraíso y arman un diálogo continuo en el que se trasplanta y crece una narrativa que sigue la propuesta en la pieza anterior: la recogida y su germinación. Un ejercicio de détournement situacionista.
La cuarta de las películas es un documento filmado: los cuadernos que Indalecio Hernández, mi padre, elaboró durante sus años de docencia. Estos cuadernos se encuentran en un pueblo rayano de la provincia de Cáceres, a doce kilómetros de la frontera con Portugal. Son una “recogida” de ejercicios de geometría descriptiva y dibujo técnico. Esos libros simbolizan, en mi lectura del paraíso, un intento de control y de ordenamiento del mundo mediante la representación, tal y como los diseños de los jardines históricos que visitamos en Portugal.
La instalación se completa con una serie de dibujos a lápiz sobre fondo negro, que se presentan como una especie de fantasmagoría botánica.